“La explicación del sentido del mundo debe quedar fuera del mundo”
Ludwig Wittgenstein - Tractatus Lógico-Philosophicus
Comienzo este ensayo citando a Wittgenstein, filósofo positivista lógico, y tomo uno de los postulados del tractatus para, en cierta medida, sacarlo de contexto y aplicarlo a la reflexión que ahora realizo. Esta reflexión incluye necesariamente la pregunta por el sentido, pero además delimita la pregunta a un marco al que somos remitidos por la institución psicoanalítica, o el mundo de los hechos, para Wittgenstein.
El pensamiento de este autor abarca problemas fundamentales de la filosofía, y roza dimensiones profundamente éticas (aquí, ética en términos laxos, como el sentido de ser humano). Pero para Wittgenstein, no tiene sentido plantearse la pregunta ética en el hacer mismo, pues el hacer es “de facto” y la ética no corresponde a este mundo – para Wittgenstein la pregunta por la ética es una pregunta sin sentido –. Sin embargo, este autor plantea que el hacer del hombre puede alcanzar dimensiones espirituales y místicas muy importantes, pues ponen en contacto al ente que se mueve en el mundo con el sentido de lo que queda afuera. Es el encuentro del sentido a partir del contacto con los límites de nuestro obrar.
La pregunta por el sentido es finalmente la pregunta del por qué del ente. Esta equivalencia puede mostrar claramente, al incluir al ‘qué’ a la palestra, que la pregunta por el sentido es también la pregunta por la esencia de ese ente: cómo es que ese ente llega a ser lo que es.
Esta pregunta tampoco ha estado ausente en la reflexiones acerca de lo que es lo psicoanalítico, o sobre cómo plantearse el trabajo psicoanalítico. Estos cuestionamientos han representado puntos de partida para las reflexiones que surgen a partir del material legado por Freud.
El desarrollo ‘normal’ de la reflexión teórica ha pretendido disectar la disciplina y separar teoría de técnica, en un intento de encontrar lo propiamente psicoanalítico. Sin embargo (y creo que acá no se sigue bien a Freud), el cuerpo teórico ha precedido a la técnica psicoanalítica. Las modificaciones técnicas han estado supeditadas a las modificaciones teóricas, y de esta forma, al querer ganar concordancia y solidez teórica - que implica, para mi gusto, una excesiva confianza en la teoría - se pierde el sentido de la técnica.
La pérdida del sentido de la técnica tiene rostros que son fáciles de reconocer. En la clínica se manifiestan como técnicas impersonales y que no tienen otra finalidad que hacer emerger un fenómeno que se espera desde la teoría. Lo que planteo no implica, por supuesto, que los fenómenos que tienden a aparecer a partir de la técnica al servicio de la teoría no sean reales, porque sí lo son, y he allí la fuerza de la técnica: hace emerger realidades que no estaban dadas. Es por la misma razón por la que la técnica puede representar un peligro (Heidegger, 1989).
Para Wittgenstein, la pregunta por el sentido no tiene lugar en el mundo sino fuera de él. Esta mirada podría ubicarse, incluso, dentro de las más tradicionalistas dentro de la filosofía (la diferencia sería que a este filósofo no le interesó hacer una metafísica); pero el aporte fundamental que rescato de su pensamiento, y que quiero tomar en esta reflexión, es que desde el interés en las cosas mismas, puestas como fundamentales, podemos conectarnos con algo que se nos escapa. El mundo es su realidad factual ofrece límites claros; es en el intentar franquear esos límites donde aparece (donde tiene lugar) la pregunta por el sentido. Los límites conectan al ser humano con su miseria, o con el misterio; siempre, con lo que está más allá. Tal como, para Wittgenstein, el mundo (lo fáctico) no es un espejo de una realidad supraterrenal ni está determinada por esta, así también la técnica psicoanalítica no tiene por qué mantener una coherencia absoluta con la teoría y desde ésta.
Para Heidegger, la técnica no es un mero medio, sino que es un modo de hacer emerger una verdad. Es una región de desocultamiento (Heidegger, 1989).
Tanto Wittgenstein como Heidegger son filósofos que nos muestran cómo hemos perdido el rumbo en la historia del pensamiento, y que lo que pensábamos eran preguntas o problemas fundamentales realmente eran pseudos-problemas. Las cosas más esenciales se nos escapan constantemente, comentaba el pensador alemán. Con la teorización acerca de lo inconsciente, Freud enfrentó al ser humano con lo desconocido. El padre del psicoanálisis nunca perdió de vista el sentido de la técnica, a diferencia de sus seguidores, quienes ligaron todo proceder fáctico con el sin sentido, o en una especie de ecuación simbólica, la técnica era el vehículo de los postulados teóricos.
¿Cómo podemos enfrentarnos al desafío de rescatar el valor de la técnica, en tanto desocultamiento? Creo que la forma de hacerlo es integrando técnica y metapsicología (o volver a integrarlas). Esto pasa por asumir que lo que se desoculta es el ser mismo. El ser se desoculta en el hacer (Coloma, 2000).
En el contexto de mi formación en psicoanálisis, un reconocido analista una vez comentó, aludiendo al caso de un pequeño niño que enfrentaba la separación de sus padres, “el niño comentó: ‘voy a quedarme solo’”. El ejemplo pretendía mostrar cómo aquel niño sabía, y que este saber era radicalmente distinto a un saber adquirido por el entrenamiento: era un saber sentido (desde Zubiri).
Al escuchar este ejemplo, pensé: ¡de qué sirve todo esto; qué se gana con presenciar una exposición teórica!
Para saber ¿había que estar en otra parte, en otro momento?
Me respondí de la siguiente forma: para hacerse psicoanalista no basta entender-saber. Se necesita además querer-hacer. “Se llega así a la ansiedad del que opera, no del que sabe, del operario, no del sabio. Del que espera resultados, no del que acepta habitar en el desconocimiento” (Coloma, 2000).
Durante la formación de analistas se nos enseña que la problemática del saber es central tanto para el analista como para la díada analista/analizando: p. e. el asumir la posición de un saber supuesto, el no-saber del analista, el saber acerca de lo incognoscible, etc. Las reflexiones y la discusión parten de la base que esta disciplina tiene un determinado “objeto de estudio”.
El problema, según mi opinión, parte de la herencia filosófica que sin reparos dividió entre sujetos y objetos, y el saber como algo intermedio entre el que conoce y lo conocido, pero que se ubica en el que conoce. De esta forma, el saber se transforma en un objeto que debe ser “contrastado” permanentemente con la realidad (Heidegger, 1927), para que exista concordancia entre esos dos ámbitos.
Separar estas dimensiones implica también separar técnica de teoría, práctica de esencia (hacer de saber), y de esta forma se sustrae el peso ontológico que la técnica tiene en sí misma. Este devenir de los hechos se manifiesta, en psicoanálisis, muchas veces como un divorcio entre ‘técnica’ e ‘inconsciente’. De esta forma, el esfuerzo de los pensadores del psicoanálisis se ha enfocado a relacionar estos dos ámbitos (o más estrictamente, estas dos manifestaciones de un mismo fenómeno).
Una forma de pensar sobre la relación de ambos conceptos tiene que ver con discusiones acercas del proceder ético del terapeuta en la relación con su paciente, y cómo un marco estructural permite poner límites a las motivaciones inconscientes de los terapeutas, ligadas a conductas perversas, omnipotentes, etc. En este sentido, la necesidad de estar mediado por la técnica es la existencia misma de lo inconsciente, la presencia de algo que se nos escapa constantemente.
Desde aquí surge la necesidad de institucionalización del psicoanálisis. Desde su origen como método de comprensión, el psicoanálisis ha devenido a procedimiento que pretende estudiar, pero a la vez aliviar al ser humano que sufre. No considerarlo de esta forma, instala un camino paralelo (per-versión) en la relación terapéutica, y por ende, en este nivel, los procedimientos técnicos y las distintas formas de definir el quehacer psicoanalítico instalan la pregunta acerca de la ética en el psicoanálisis.
Aunque esta reflexión me parece válida, creo que, en lo que respecta a la ética del trabajo terapéutico, no apuntan al problema fundamental, esto es, que la postura ética debe aludir al no olvidar que la técnica está permanentemente en-el-ser, y no fuera de éste.
Otra forma de errar es confundir la técnica con la cosa en sí. Se pretende hacer un salto y omitir lo que liga al procedimiento técnico con el sentido común, conectándolo desde la teoría con la posibilidad de acceso al ser del ente. Esto implica alejarse de lo propiamente psicoanalítico, en donde el ser se nos escapa cada vez que queremos asirlo. Si no es así, lo confiscamos (lo tecnificamos).
La formación académica del psicoanalista necesariamente, desde mi perspectiva, debe mantener una coherencia con la particularísima labor que ha de competerle. Es decir, prepararlo para encontrarse con un paciente (y no todavía un analizando) que requerirá ayuda y esperará, legítimamente, alivio en el problema que lo aqueja. Esto implica darle las herramientas para que desarrolle una labor que puede ser en términos prácticos más o menos eficiente, pero que no puede dejar de lado el poner en juego un dispositivo terapéutico (encuadre, implemento de la técnica, objetivo terapéutico). Pero además, ciertamente, la formación del analista debe hacerse cargo de introducir a este en las profundidades metapsicológicas de la teoría, y conectar al candidato con elementos esenciales de la teoría: p. e. la imposibilidad del dialogo, lo incognoscible del inconsciente, lo interminable de la labor, la falta del sujeto, etc. El reconocer la necesidad de estos dos niveles de formación es parte del reconocer que no podemos alejarnos de la paradoja (Coloma, 2000). Si lo planteamos desde el ejemplo anterior: porque un adulto reconoce las limitaciones de su saber, sólo a partir de este lugar puede llegar a saber como sabía el niño. El accionar dentro de un marco predeterminado, predecible y estructurado nos ayuda a recordar que el saber, aunque no esté aquí, está “a la vuelta de la esquina”.
La apertura que da la paradoja no se logrará nunca, según cómo lo veo, a partir de la formación ‘iniciática’ del analista, que tempranamente se embarca en disquisiciones filosóficas sobre el Ser y la posibilidad de aprehenderlo desde un dispositivo analítico. Aunque estas reflexiones ciertamente son fundamentales, no ponen en contacto al terapeuta con el carácter de arte/oficio – tékne – del trabajo con un paciente.
Creo que en la formación de un analista se hace fundamental, en un primer momento fragmentar al ser y estudiarlo en el marco de una disciplina científica (me parece necesaria la formación psicológica del analista) que pretenda cosificar al ente, vale decir, controlarlo, predecir sus conductas, modificarlo, etc., para luego perderlo. Sólo así puedo entender el sentido de la pérdida.
En un extremo, el controlar a un objeto; en el otro, la experiencia inasible de pérdida. Creo que se necesitan ambos para poder pensar en crear, es decir, ser-haciendo en el mundo, y más acotadamente, en la situación analítica.
Ps. Alejandro Caravera
Bibliografía
Coloma, J. (1995). “Pensamientos en relación a técnica psicoanalítica y perversión”. En
Perversiones, 1er coloquio internacional.
Coloma, J. (2000). El oficio en lo invisible (Una paradoja psicoanalítica)
Wittgenstein, L. (1921).Tractatus Lógico-Philosophicus.
Heidegger, M. (1927). Ser y Tiempo. Editorial Universitaria.
Heidegger, M. (1989): “La Pregunta por la Técnica”. En “Tecnología, Ciencia,
Naturaleza y Sociedad”. Ed. Anthropos, Barcelona.